lunes, 4 de marzo de 2024

Traigan a sus muertos

 

En la mente del político el votante es alguien con quien camuflarse. De ese contagio sale la gorra de Trump, la pana gorda y las indumentarias laborales, que, vestidas fuera de onda, suenan a chirigota gaditana y a descuidero en hora punta. Se descuidó y mucho en el asunto de las mascarillas. Ábalos ha quemado sus escasos cartuchos con ojos de animal herido buscando con su discurso de la soledad una épica que ya no sé si es posible. No puedo aportar más sobre él de lo que ya se ha dicho, ni sobre la procedencia laboral de su fantasma de las navidades pasadas, ni sobre todos los funambulistas, hombres y mujeres de partido, que están demostrando la ley de la oligarquía de Michels, inocentes como salidos del limbo, o como diría el poeta, eternamente en fuga, como una ola. Todos los que apelan a nuestra candidez nos han visto cara de primos, empeñados en una poda estética, que tiene más de melodrama que de depuración de responsabilidades. El tono de estos días me recuerda al malabarismo que sucedió a la operación rescate de la alcaldía de Ponferrada. Muchas mujeres socialistas levantaron la voz contra el despropósito pero el protagonista, en palabras de Cervantes, fuese y no hubo nada.

Parece que a Ábalos no le va a acompañar la suerte de Óscar López, (secretario de organización, presidente de Paradores, jefe de gabinete del Presidente). No es lo mismo. Lo de López fue por una buena causa y lo de Koldo, por la de siempre. La codicia, desde Altamira, se ha cobrado piezas de gran envergadura que se están oreando para ser exhibidas en próximos asaltos parlamentarios. Nos esperan sinvergüenzas cum laude, cifras mareantes y mucha tristeza al pensar en lo fácil que es expoliar las arcas. Acuérdense de todos los implicados cuando no tengan especialista o maestro de refuerzo. Acuérdense cuando las ciudades se degraden, cuando les digan que no hay dinero para pensiones. No sé si aprenderemos algo, si este espanto será tapado por otro mayor. Qué lejos queda Pujol, o Juan Guerra, que resultó ser un simple aficionado. Cuántos han sido. Cuánto nos han enseñado sobre la miseria humana.

 

 Aún así, y como los libros nos salvan siempre, me atrevo a evocar ese cuento magnífico, “Cuánta tierra necesita un hombre”, de Tolstoi. Se le da a un hombre la oportunidad de amasar cuanta tierra pueda recorrer en una jornada. Pues bien, un hombre necesita exactamente tres arshines. Es lo que ocupa un cadáver.

 

martes, 31 de octubre de 2023

Amara

 

Antes de que los niños salvajes preguntaran por ella, hubo un silencio amargo que duró al menos dos días. Dos días son mucho o poco, no puede saberse si el tiempo es largo o corto en el corazón de otro. El corazón de Amara estaba atribulado y cuando eso ocurre sólo se encuentra alivio en socorrer a un ser más pequeño; quiso la suerte que fuera un gato arisco que estaba herido bajo un montón de leña. Un gato herido es un animal salvaje que quiere ser salvado y atacar al que se le acerca. Un gato arisco es un corazón que espera sin término y sin esperanza. Amara quería salvarlo, pero tocarlo era hacerle más daño. Es digno morir por la propia mano. Vale para un guerrero japonés y para un ente pequeño que apenas importa. Exhalar el último aire iguala a las criaturas; la muerte castiga y alivia a los que esperan algo más que la nada que sucede a ese paso traslúcido que lleva a ninguna parte.

Antes, mucho antes, Amara paseaba buscando una respuesta. A veces el aire agita los visillos como dejando entrar un alma. Amara pensaba que lo mismo no era un alma entrando sino escapando. Si ella fuera un alma, libre al fin del peso de su cuerpo, intentaría salir por las ventanas y fundirse con ese aire que eriza la piel. Seguramente alguna vez les ocurrió y pensaron que era la tormenta que venía desde el norte. Seguramente alguna vez les ocurrió y supieron que alguien les llamaba, y su interior se encogió por lo perdido, por todo ese tiempo perdido. En las miserias de la vida no cabe una mayor que perder los instantes en naderías. Las necedades que tienen que ver con las apariencias pudren el alma de las personas y las descomponen deprisa, como un fruto en el que se debaten los gusanos. Esas necedades dejan a muchas personas fuera de nuestras horas, y esos momentos que no ocurrieron aplastan la decencia que queda en los cuerpos que se van ajando sin remedio. Cuando un niño vive en el cuerpo de un adulto hay un brillo en los ojos, un destello que no se apaga. Cuando somos mezquinos el niño se marcha llevándose con él su memoria, de tal modo que hay hombres en los que sólo vive el día presente. Vidas como cerillas, que queman pero no calientan. Se pregunta Amara si el alma de los indecentes vaga también entre los visillos, y cree discurrir que no, porque volar es un acto libre y no hay nada que encadene más que los dineros. Cree Amara que si el alma del codicioso contiene algo de consciencia, ésta será también esclava de su debilidad, y perseguirá sin tregua aquello que le hizo feliz en vida. Imagina Amara una voz aguda que se apaga poco a poco, una voz apenas audible que reclama su servidumbre, sus lealtades, todo el oropel que tardó una vida en cosechar.

-¿Murió el gato?

-Aún resiste.

El gato resiste pertrechado tras los restos del verano. Amara se acuesta en el suelo para mirarse en sus ojos que son como agua limpia. Aquí no ha habido un agua que pueda beberse desde la memoria del más viejo. Aquí hay lodo y mosquitos, y cuando llueve van los animales a tomar lo que escurre del tejado. El resto del tiempo tienen la ilusión de la abundancia repartida a horas fijas, como si fueran camino de la tierra prometida, y reclaman con gulusmería aquello que creen que ha de aparecer con los pasos del ama, que agita la bolsa del pienso como si estuviera llamando a los pollitos con un saquito de arroz. El ama elogia el talento de todos los bichos, los deja vivir con desahogo en el huerto, salvo que una araña se parezca a una rinconera, o una avispa intente anidar entre los tablones cuajados de carcoma.

Pasan unos chiquillos por la calle. Miran a Amara con curiosidad. Serán sus zapatos amarillos. Será ese pelo indomable. Los niños de ahora parecen recién peinados a todas horas, no parecen hijos de aquellos chiquillos mugrientos que llevaban el pijama de felpa debajo de la ropa. No hay que lavarse mucho, se estropea la piel con eso, es querer aparentar, decían aquellas madres que esperaban al sábado para meterles en un barreño. Parece mentira, piensa Amara, que sean hijos de aquellas bestias que me tiraban del pelo. Las bestias crecen y se reproducen, como en una maldición, y llenan el mundo de niños hermosos y perfectos que también tiran del pelo. Amara los ha visto grabarse unos a otros con esos teléfonos que tienen todos. Cree que le han hecho alguna foto. Le gritan muy cerca y corren, y su cerebro es como si explotase. Loooooca, y una palmada muy cerca de los oídos. Ha sido esta vez una niña. Sus amigas la esperan en la esquina, riendo a carcajadas. Amara intenta contestar y la ahogan más gritos, muchos más, y no oye nada porque todo es denso como un engrudo, hasta el aire que entra en su pecho, sibilante, cortando como una navaja.

El gato arisco renquea sobre la pata derecha, y come con resignación porque vive y el que vive come, y el que come vive irremediablemente, aunque sea cojo, aunque sea amargado y deforme. Lo cogieron entre dos puertas y se quebró como una rama, y entonces le dejaron correr hasta el huerto donde apareció la mañana antes de la lluvia. Los niños que le atraparon eran dos niños hermosos y elocuentes con el alma reducida a carbones. Sintieron un gozo retorcido en el aullido del animal, en sus espasmos y en su huida. Hoy, un animalillo, mañana un niño pequeño, pasado los propios padres, que obligan y reprenden. La felicidad es una empresa que hay que acometer cuanto antes. Que se escapara el gato sin poderle colgar del tejo fue un contratiempo, no cabe duda. Pero para eso están el resto de bichos, a un paso de la gloria de ser eternos.

Amara observa al gato, con la cara pegada al suelo, y el animal parpadea. No parece que vaya a salir, pero ha dejado de bufar, y eso ya es algo. El pelaje interrumpido llama a la curiosidad y sin reparar en ello termina acariciando con las puntas de los dedos el terciopelo gris, finísimo, que transmite un temblor que brota del interior del cuerpecillo maltrecho y agradecido.

Los niños retorcidos que recuerda eran como los de ahora, pero más sucios. Ahora los niños relucen a todas horas, y llevan la ropa planchada y presentable. Aquellas almas negras que la esperaban por la calle hoy son personas de bien, y tienen más hijos siniestros que atormentan gatos y chiquillas. La gorda, la tonta, la fea. Vaca, ballena, monstruo. Amara reconoce los gestos y las palabras de aquellos en estos que son ahora, porque la gente pasa y el mal queda, como una nube de rocío que empaña los cristales de los coches.

Quisieron echarla a uno, corrió. Se escapó por un instante, como por un instante ha vivido la gata gris. Nadie sabe aún por qué se muere súbitamente; nadie sabe tampoco por qué se muere constantemente y no se termina de volar. Quiere volar Amara. Ser como una paloma que arrulla, que se queda a dormir en un árbol. Que escapa de esas manos golosas que no pertenecen a nadie porque son de todos los que estaban allí, y ella aunque lo intentó, no pudo volar, ni trepar, los ojos abiertos, fijos en la copa del ficus, ojos que oyen porque no ven, ojos que huelen y saben. Ojos de loca, dijeron los niños voraces cuando ella fue diciendo sus nombres fija la vista en el techo, en una grieta del techo, y dijeron que ella. Que ella.

Una paloma. Un gato. Una mujer loca. Un ficus. Una cuerda. Unos muchachos. Una vida anclada en una grieta. Una rama que no aguanta. Está loca, siempre lo estuvo. La vergüenza, las mentiras y el perdón. La justicia de los normales, los corrillos, las venganzas. Maldita loca, que hunde las buenas familias, que habla lo que no debe, que odia a nuestros hijos, que deberían haber acertado, que delira y es peligrosa, porque es extraña, porque existe, porque podría ser como aquel gato gris que aplastamos en la puerta y sin embargo vive.

Vive a pesar de todo.

domingo, 10 de septiembre de 2023

Mañana

 

Mañana no empieza nada, porque para ser estrictos, todo empezó ayer. Ayer le dijimos al niño que se lavara los dientes, las manos. Que ordenara su habitación, que cumpliera el horario. Le exhortamos para que soltara la maquinita y se fuera al aire libre, para que estuviera leyendo un rato. Ayer le corregimos un por favor y un gracias, nunca está de más recordar que la vida con amabilidad funciona estupendamente. Que se cede el paso por la acera, que se cede el asiento si el que llega lo necesita más. Que un perro te huele pero no necesariamente te va a morder. El miedo es a veces ignorancia. Dile con la mirada al perro que no tienes ganas de fiesta, pero no le digas muchas cosas. Un perro habla lo justo, y comprende mejor el espacio y los gestos. Como las personas, valora no sentirse amenazado, eso que nunca está de más.

Mañana hay que llegar con lo de ayer, que no es sólo la intendencia. Hay que tener un registro de frases para hablar con el que no habla, para contestar adecuadamente. Hasta para decir que no se quiere hay que llevar argumentario. Se habla con los chiquillos, se les dicen cosas razonables como que no hagan lo que no les gusta que les hagan, como que llamen a las personas por su nombre, como que no se toca al que no le gusta que lo hagan, como que todos no queremos ser futbolistas. A los profesores, un respeto. Están ahí porque saben más. Les pagan por enseñar, no están para ser la bomba ni para aguantar tu mala sombra, para eso está la familia y ese amigo que te conoce y aún así te quiere. Hay que decirle al niño que muchos críos no tienen escuelas, que muchas niñas han sido privadas de ello, que para tomar buenas decisiones hay que saber cosas, como que no hay que beber de un río, por limpio que nos parezca. Llámalo río.

Mañana no empieza nada, mañana sigue lo de casa. Un verano da para ver películas y leer novelas, para dibujar y para poner en contexto la vida que nos venden en las redes. Sin esos deberes hechos mañana estamos a cero esperando que el maestro y los materiales hagan de los hijos personas. Les felicito si han hecho lo que les tocaba. Si no es así, nos veremos donde siempre. Intentaremos reconducir, lo lograremos las más de las veces. Suerte.

jueves, 31 de agosto de 2023

Como toda la vida

 

No será para tanto, dijo una madre al auditorio tras una llamada de atención desesperada de una profesora a los padres. Lo dijo con autoridad. Qué poco aguante tiene la gente, remató la madre de una de las joyas. Hagan la prueba, introduzcan la palabra aguante en una conversación trivial y verán cómo alguien lo relaciona con la subida en el número de divorcios y rupturas: la gente ya no aguanta nada.

 

Hay que aguantar al niño, adolescente, marido, compañero de trabajo, jefe. Hay que aguantar. La paciencia como panacea, como virtud femenina. “Obedece y con tu ejemplo enseña a obedecer”, decían las fuerzas vivas. No obedecer era convertirse en una mujer a la que correspondía la reprobación y el castigo, bien directo de los tutores, familiares y demás allegados, bien de la masa social que no se pone de acuerdo en nada más rápido que en un chisme o un linchamiento.

 

Nadie puede sugerir a estas alturas que las campeonas de la selección femenina de fútbol pecaran de indisciplina. Es imposible llegar a su nivel con falta de compromiso. Lo que queda tras eso es lo de siempre. La tutela ejercida sobre ellas, entre psicópata y ridícula, no es más que “como toda la vida”, como dice Manu Sánchez en un derroche de ingenio que ha hecho que le brote un NO-DO entre las cejas. Lo de toda la vida es una mandíbula que muerde fuerte, porque a quién no le gusta un privilegio, a quién. Recuerdo una frase de uno de los documentales de Mabel Lozano sobre la prostitución: “la profesión más antigua del mundo es mirar hacia otro lado”. Somos muy de mirar hacia otro lado, eso se llama discreción, que también era un atributo muy valioso en aquellos papeles de color rosa de la Falange: “No busques destacar tu personalidad. Ayuda a que sea otro el que sobresalga”.

 

Se lo han aplicado a Jenni Hermoso al pie de la letra. Porque en según qué mentes despejadas, lo de toda la vida sigue estando vigente por el artículo 33. Qué disgusto cuando descubran que está derogado no el fuero, sino ese mundo rancio. Y que hay leyes de igualdad. Y ministras. Preparen las sales. Avalancha de señores desmayados.

  

lunes, 28 de agosto de 2023

Argumentario

 

Eso ya pasó. Hace mucho tiempo. ¿Aún te acuerdas de eso? Son ganas de remover lo viejo. Se estropea más que se arregla. Total él ya tiene otra vida y no se ha oído nunca nada. ¿Estás segura de que no exageras? Pues yo nunca he tenido problemas con él, lo mismo lo has malinterpretado. Si es un padre estupendo, ayer mismo iba paseando a los nietos. Si su mujer es feliz. Si eso que dices fuera verdad se notaría.

Yo me defendía sola. A mi nadie tuvo que decirme qué hacer. Haberle pegado una patada. Cuando se pone la cosa mal hay que ser valiente. A buena hora me iban a mi a tocar. Tienes que estar muy segura de eso que dices, porque eso es muy grave. Ese hombre tiene familia, piénsatelo.

Pues yo renuncio al trabajo, porque la dignidad es lo primero. Pues si se queda tu amiga es porque le va la marcha. Pues no será la cosa para tanto cuando no le ha partido la cara.

A buenas horas sales con esas, después de veinte años. ¿No tuviste tiempo de denunciar? Eso se hace cuando ocurre, ahora son ganas de escándalo y de hacerse notar. Será que ni entonces lo tenías claro ni ahora tampoco, que tú eres algo fantasiosa, toda la vida igual. ¿Estás segura de que no te lo inventas? Algo habrían visto los maestros, no me creo que pase y nadie se haya dado cuenta. Algo me habrían dicho las otras madres. ¿Se lo has contado a alguien?

No se lo cuentes a nadie, porque tenemos que ver qué hacemos. Si vuelve a pasar tú me lo dices, pero de esto ni una palabra, que no sabes cómo son los pueblos. Imagina qué desastre, no quiero ni pensarlo. Tú siempre has exagerado las cosas, de pequeña eras mentirosa, te inventabas cosas para salirte con la tuya, y ahora quién te va a creer.

No le cuentes eso a nadie, la gente no quiere oír desastres. A la gente no le importa nuestra vida. No quiero ni pensar que me pregunten, ¿tú has pensado lo que nos pasará si te dedicas a hablar de eso? Dirán que eres una fresca, porque esas cosas no le pasan a todo el mundo. ¿Seguro que no le diste pie? Porque últimamente estás un poco revuelta y hay que saber hasta dónde llegar.

De ahora en adelante no quiero hablar de esto. Tú te defiendes a patadas, a mordiscos si hace falta. Tú te defiendes que a mi no hizo falta que nadie me defendiera. A partir de ahora lo resuelves tú porque es tu problema, ¿no quieres ser mayor? Pues te apañas.

Te apañas sola, quiso decir, seguramente.

domingo, 20 de agosto de 2023

Los míos

 

“Deseando que lleguen los míos”, me decía mi amigo José Luis en el último mensaje escrito que conservo de aquellos días en los que aún era posible descolgar el teléfono y hablarle. Le preguntaba yo quién era los suyos. “Los elegantes, los silenciosos, los que sepan mucho y no se note. Esos, si llegan, serán los míos”.

Ver a Rubiales portarse como Rubiales ha provocado en mí un sentimiento que me atrevo a considerar como universal en cuantas mujeres conozco. El logro de Rubiales ha sido desbloquear el recuerdo de aquel baboso que un día decidió que nuestro cuerpo les pertenecía. Los hay de muchas categorías e intensidades, y todos juegan a lo mismo: somos amigos, familiares, vecinos, compañeros, conocidos. Venimos a besarte y cogerte de la cintura, a retener tu mano, a ponerla en tu hombro con confianza, a rodearte, a hablarte demasiado cerca, demasiado cordial, demasiado, simplemente. Todas o combinadas. El baboso es insistente y va cargado de razones. Te está dando un pésame o pidiéndote que cenes con él para proponerte un trabajo. Te está preguntando por tus padres o alegrándose de verte. Te está largando un rollo que hace que se te acorte la vida, pero qué más da. Lo que importa es que él consiga lo que quiere, ya sea el beso, el asedio físico o, en definitiva, ejercer el control de la situación mermando nuestro espacio, prescindiendo del consentimiento -gran palabra-, marcando el ritmo de nuestra NO relación.

Siento rabia por todas nosotras, las que hemos revivido esa sensación de asco intenso que nos lleva al vecino o al conocido grimoso. Siento que el testimonio gráfico de un día tan importante esté empañado por esas imágenes que no necesitan explicación. Y siento que mientras tecleo no se haya destituido a este hombre que no es de los míos ni de los de José Luis. Hechos tan lamentables como los de hoy nos recuerdan que hay que decir a los niños que no se besa por obligación, que el abuso sexual nace en círculos cercanos, y que el afecto se da pero no se exige, y mucho menos, se violenta. Díganle a sus niños que si parece raro seguramente lo es, y que han de tener confianza para contarnos cualquier cosa, por si todo se tuerce y un adulto que ellos consideran confiable decide tener con ellos un secreto. 

En esta evocación de la grisura que Rubiales me ha aportado hoy caben muchos nombres propios. Es como una náusea. Es el recuerdo en la recámara, esperando siempre. 



miércoles, 19 de julio de 2023

Mucho texto

 

Todos los días son domingo y todas las horas, la hora decisiva.

Este domingo pesado, lleno de polen y avispas, recuerda a otros que fueron, y que fueron olvidados por desidia. Porque el hombre es desidioso. Al hombre se le secan las plantas y el gato le maúlla de hambre, y apenas se siente culpable por los crímenes pequeños. A veces tampoco por los grandes: llamar a alguien subnormal o maricón, desear la muerte al vecino, aparcar tapando una salida, haciendo que una persona que va sobre ruedas tenga que jugarse una caída que a veces ocurre. Cayó Fulano de su silla. Ya estaba mal, no es anda nuevo. Fulano y sus huesos precarios no son de mucha importancia si se es joven y vibrante, si se ha vuelto a las seis de estar toda la noche por ahí y se jalea y se grita pidiendo un café cargado.

El hombre es desidioso, eso es un hecho. Las plantas se nos secan, hasta las que están a goteo, y forman hileras pardas de naturalezas muertas que dicen que este o el otro tuvo algo mejor que hacer. Las cuadrillas de las urgencias han pintado una señal en el suelo que reza un sotp inquietante. Pare, si le viene bien, parece que ponga. Al rato es un stop expeditivo, todo en orden, circulen. Los trabajadores fosforescentes se tuestan en horarios imposibles, enfundados en poliéster, cumpliendo la normativa. La formalidad viene a imponerse, me dice un vendedor de tomates. En su ánimo hay algo de orgullo y de protagonismo, como si fuera el garante del orden, como si hubiera sido responsable de este giro copernicano que me están predicando y que no veo, por más que me esfuerzo. No creo que los cambios deban proceder de un manifiesto inflamado o de proscribir los versos de un poeta. Soy geóloga de vocación y percibo erosión o voladura. Pero ambas cosas no se producen igual, lo mismo me equivoco, porque también tengo algo de artista, que es como ser gato callejero hambriento, como ser pájaro que huye, como esas tórtolas insistentes que no aportan casi nada más que cinco arrullos seguidos. La erosión viene por la desidia, esta es mi teoría. Las cosas se desgastan poco a poco y se caen de pura vejez hasta que es polvo o nada lo que queda. Mi vendedor de tomates predica su voladura controlada, poniendo él los cartuchos ahí donde haya una grieta, formando esa grieta si es preciso, hundiendo los explosivos en las entrañas de aquel que anda dormido, porque un hombre dormido es fácil de fragmentar en trozos irreconocibles de humanidad. A un hombre dormido se le engaña como a un niño, y se le dan los pedazos en una bolsita como cuando te daban un cangrejo vivo para que no incordiases. Dura la ilusión de unir los pedazos un tiempo, hasta que llega el día en el que uno de ellos falta, y nadie se lo ha llevado. Da lo mismo que sea un mostrador que un análisis de sangre, unos centímetros de acera o un maestro para los hijos. Te han quitado un trocito y ya no eres un hombre entero, un hombre con sus conquistas y sus derechos. Eres un hombre que tenía algo y ya no lo tiene, y ese algo ha desaparecido sin fecha. En esto de ser un hombre a falta de unas piezas, nunca falta un letrero escrito con letra apresurada: vuelvo enseguida.

(Lo suyo viene de Alemania, decían, hace ya un tiempo, cuando los plazos eran indefinidos. No se puede saber cuándo llegará: estamos en agosto. No está el encargado. No hay presupuesto. Falta un papel. Lo han recurrido. Cuando venga el jefe le pregunto. Le mando un whatsapp en saberlo. Contáctenos por formulario.)

Un hombre incompleto sacude las piernas un poco, como si quisiera despertar de nuevo, y vuelve al sueño casi sin ser consciente. Su organismo ha descubierto que puede funcionar con menos, y se aplica a la labor de ahorrar energía. Puede comer peor, puede pasar más calor, puede tardar más en llegar a los sitios, puede tener a los hijos más horas solos, y los hijos pueden tener más años los dientes torcidos, los libros antiguos, las gafas sin graduar. Los hijos crecen en Etiopía y aquí también lo harán… ¡Lo han hecho siempre! ¿Acaso no crecimos nosotros? ¿Acaso Ramón y Cajal tenía wifi? Son ganas de enredar, no se necesita tanto. La felicidad es tener dinero para una caña, para ramonear en un centro comercial, para ser como los que vemos en las pantallas que nos vigilan. Somos diligentes y tenemos información. Nuestro teléfono es invocado tan a menudo que parece un apéndice más de nuestro cuerpo. Y nos llega un goteo de historias que son sólo curiosidades, y esas anécdotas sazonadas se convierten en motivo de nuestras disputas mientras seguimos perdiendo pedazos. Pero es tan sabroso sentirse informado, llegar a todas partes, sentir que somos partícipes de un estado de opinión, que no podemos resistir activar una vez más la pantalla donde aparecen unas vistas soberbias de la costa de Croacia. No pasa ni un minuto y mi banco me ofrece un crédito. Su oportunidad ha llegado, me dicen, sea libre para ellos. Un padre abraza a un hijo en un maravilloso blanco y negro. Firme en menos de cinco minutos.

Haga realidad su sueño.

Cierro el anuncio y en cuestión de apenas diez minutos me llama una voz sibilante: haga realidad su sueño, tiene un crédito preconcedido. Pruebo una posibilidad de escape diciendo que es cuenta conjunta. Tampoco hace falta que su marido se entere.

Me gusta esta mujer que me susurra con maneras de embaucadora. Me parece que si sigo dándole conversación nos iremos juntas con el cash que me tiene casi aprobado. Es una voz untuosa que viene a sacarme del tedio. Todo lo que quiso hacer, ¿no ha ido usted a Italia? No he ido a ninguna parte. Pues por eso, con este dinero se puede comprar ropa para viajar y dos buenas maletas. Le cuelgo porque lo siguiente es que quedemos en la esquina y nos larguemos sin despedirnos de los que andan por aquí cumpliendo con sus obligaciones. Señora se fuga con teleoperadora tras cobrar un crédito exprés. Me acabo de convertir en un faldón de tele de media tarde.

 

Pasó el orgullo y me acordé de todos los que se fueron a empezar de nuevo. A esos y a esas les robaron más trozos que a los demás. Empezar de nuevo que era vivir en peligro por un corazón clandestino, pero vivir al fin, conscientemente, desprendiéndose de toda la mugre acumulada por ese chistar continuo que suena dentro de la cabeza. Callar los pensamientos debe ser muy estresante, no poder querer a quien tú quieras. No poder ser, simplemente, aunque no quieras a nadie, aunque no quieras estar con nadie, aunque nadie lo sepa. En mi corazón mis alumnos, un suicida, varios familiares y amigos. Todos ellos están conmigo y caminan a mi lado mientras me revuelvo, como si alguien me cogiera de la manga para no dejarme correr. Me enseñaron a ver cuándo alguien no deja vivir a otro. Esas personas que maritirizan a los demás sin motivo se revelan ante mí nítidamente. Son los que miraron mal a los míos, los que les insultaron, los que tropezaron con ellos o dejaron de servirles en un bar. Son los que vienen a volar los cimientos de la igualdad que lucha por imponerse, porque la igualdad nunca llega suavemente, la igualdad es una pelea constante que se reaviva cada día. Hay que desconfiar en estos días de los que digan que ya no hay que luchar por los derechos. Eso no va a ocurrir nunca, y más vale que vayamos siendo conscientes de que los que nacieron abajo, los que están abajo por linaje y porque nacieron con las cartas marcadas, son vistos como prescindibles, y que muchas veces necesitan de los que andamos más boyantes. Al fin y al cabo esa es una de las razones de estar en el mundo, servir para algo, para alguien, ponerse a disposición de los demás.

Ese hombre que arrastra su humanidad en una bolsa, sin saber cuántos trozos le faltan, ha decidido escuchar al que le ofrece vivir como si fuera lo mismo tener o no su cuerpo completo. Este hombre que es receptivo al veneno de las serpientes, cree que su salud es de hierro, que su arrojo le hace solvente, que no hay nada ni nadie que pueda amenazar su bienestar si se actúa con contundencia. Cree que debe pagar menos impuestos y que hay que invertir en autopistas por las que nunca va a rodar, porque no le da su sueldo para festejos. Eso sí, si cambian los dirigentes, si hay personas menos melindrosas al frente, las personas como él recibirán el reconocimiento que les hace falta para coinvertirse en pilares de su comunidad. No es hora para tibios, se dicen los que han despertado con ese sonsonete que les agrada tanto y que cuaja de embustes una mitología que yo, personalmente guardo en varios libros con títulos bien rimbombantes. Todos ellos dicen que merecemos más y que nos han robado la cartera los de siempre: los pobres, los muy pobres y los rojos, abogados de todas las causas que van en contra de la moral y las buenas costumbres, entendiendo que dentro de éstas no entra ni comer ni tener casa. La casa para el que la pueda hipotecar, la comida, para el que pueda ir al dentista. Los libros para el que le guste leer, que soy yo más de series, me decía una criatura que va escorando lentamente al lado oscuro de la fuerza. Es curioso, en verdad os digo, ver a un niño que no deja de ser un niño. Un niño con cincuenta y tantos, un niño de promoción, un niño que te quiere explicar que ha oído que la cosa está muy mal por la agenda 2030, pero que no se ha leído al respecto más que un par de refritos que carecen de autoría. Hemos vuelto, eso parece, de nuevo a la tradición oral, y habrá que guerrear por las mujeres, acaparar las ovejas y contar historias terribles que sirvan de cultura y advertencia. Mi paciencia llegó a su límite, el día que una persona que yo creía sensata, me dijo que el arn mensajero nos iba a amargar la vida. Con los años he aprendido a poner cara de asombro y esta persona me dijo que nunca se había visto eso. Parece ser que era mensajero porque iba camino de Sebastopol en un caballo incansable hasta que le cogieron los tártaros. No le disuadí, pero creí conveniente apuntar, en la lista de las cosas que a nadie interesa, que hay que ampliar un poquito el tema de la célula, para que no creamos que una célula es como una bolsa de plástico donde llega un jinete con un ucase entre la guerrera y la camisa y la vida del planeta tose con verdadero trabajo respiratorio. La célula es la ciencia, y la ciencia y su método es una oportunidad para poner en duda cuanto sabemos, lo que somos y lo que podemos explorar. El acientifismo es un dolor crónico que a fuerza de ser soportable empieza a ignorarse. Sin embargo hay que arrancarlo como una mala hierba, con esa eficacia con la que se llevan las cuadrillas municipales de las ciudades los árboles viejos dejando huérfano el alcorque, sustituyéndolo por ladrillitos y ocurrencias que ya no pueden cobijar los bancos donde los viejos antes tomaban la sombra. Ahora todo es sol, como esa parte del tendido que dicen es más condescendiente con la falta de arte. Será que nos preparamos, en lo estético también, para tragar sapos de todo tamaño. Va a ser esa la razón por lo que lo feo y lo hortera se extiende y se revalida en los comicios que dan a los alcaldes varas que no sueltan por si acaso alguien tiene intención de blandirlas sobre ellos. Las ciudades son menos amables, y las hormigas que corretean por ellas no se han parado a pensar que lo feo y lo malo se dan la mano, que pasear por esta o aquella esquina es gloria o ruina de una zona que se determina sobre plano. Van demasiado deprisa, pendientes de sobrevivir, huyendo del calor y las basuras, de las ratas, de la propia vida que se vuelve más hostil cuanto más lejos de casa. Vivo, como dice mi querido Luismi, en el Levante feliz, y el clima es benévolo hasta que arrecia el calor. Está el aire irrespirable porque ha cambiado y no viene del sur, sino del pasado. Llegaron riéndose de todo, exhibiendo su lejanía con la cultura, censurando, despreciándonos a nosotras especialmente, porque ya no somos aquellas cuya única misión era ser servidoras (para servir a Dios y a usted). Aún así, puedo decir que en este metro cuadrado la vida es agradable y sencilla, salvo que seas homosexual o comunista, o negro, o árabe o gitano. O pobre en cualquiera de sus formas. O hayas tenido problemas mentales, o tengas un hijo con discapacidad, o la discapacidad la tengas tú mismo y tengas que esquivar todo tipo de barreras que siembran las calles como se siembran las minas antipersona, sin escatimar en gastos, sin dejar un palmo limpio. El clima es amable y la gente lo mismo, y el mar sólo es bravo en ocasiones. Esto no es el Cantábrico. El agua está más caliente y el aire en verano huele a pólvora y a Castrol. La libertad de enroscar, de incendiar, de sentirse dueño del mundo con una tormenta de emociones.

Invocar a Zweig en estos días nos da un aura de suicidas con conciencia. Hay que leer de manera incansable. ¿Acaso toda esta miseria no es sino haber estado lejos de lo que el conocimiento dice, de cualquier visión crítica?  Me gusta decir a los chiquillos que saber es como cavar un pozo en el que sólo el agua profunda sale verdaderamente limpia. Hay quien bebe agua turbia por sólo cavar un poco. Hay quien ahonda sin descanso, porque debe haber  algo mejor, porque siempre hay más y más abajo. Los campos de conocimiento no pueden simplificarse tanto como para que cualquiera los domine. Por eso mismo creer que lo que te dan resumido en un minuto equivale al trabajo de una vida es tan falso como ingenuo. Creer no es pensar, escuchar no es entender. No hay saber sin reflexión, y ésta no existe sin una formación adecuada. A un niño se le entrega el conocimiento que se ha comprobado mil veces. A un adulto debería tratársele igual. Pero qué sería de los argumentarios y del que los escribe. Qué sería de los oportunistas, comunicadores y demás patulea mediática, más pendiente de los efectos especiales que del verdadero significado de las cosas. Qué sería de esta vanidad sobrevenida de convertirse en una influencia para otros, cuando la importancia se mide en dinero y en una fama que se consume como una bengala sin que nadie la recuerde pasado un tiempo.

La inmediatez nos mata, nos hace débiles, nos obliga a saltar antes de tiempo. Y de este modo se fabrican las noticias alarmantes, los titulares escandalosos, todo lo que mueve a la curiosidad. Nunca ha estado tan difusa la frontera entre informarse y husmear. Basta  con que algo nos suene para que se le de carta de naturaleza. Basta con que alguien a quien consideramos simpático nos regale su reflexión. Quien la patrocine es indiferente, porque eso sí, cada opinión lleva tras de sí la huella del sponsor, que suena más profesional que padrino, tal vez esto último más ajustado. Padrino es el que se compromete en el bautismo a hacer de padre espiritual, a falta del propio. Y de este modo nos sentimos ligados a la opinión de personas que sirven a intereses divergentes a los nuestros. Cualquier empresario de fuste, de esos que tienen dinero aquí y allá, que fabrica y compra aquí o allá nos dirá, llegado al caso, que le hiere ver cómo la nación se desintegra. Este discurso es trasversal y muy versátil, porque no se puede desmontar. Los argumentos sentimentales alimentan las pasiones y las militancias, no tanto así a las personas que han de ir, ordenadamente, orgullosamente a votar, como dice Antonio, en defensa propia. Vivimos en la base de una gravera; la cima está mucho más lejos de lo que cuenta la fábula del emprendimiento, y la estructura del ascensor es más parecida a una cucaña que a una escalera. Tengamos claro al votar que las clases sociales son impermeables y que oponen una resistencia sistemática a la asimilación de elementos externos. Que ser rico se hereda, y ser pobre también.

 

Si eres mujer, vota.        

Si crees que tus derechos peligran, vota.

Si sabes positivamente que tu existencia les ofende, vota, por Dior.

 

(Ya sé. Mucho texto.)