miércoles, 13 de agosto de 2014

Miedos de verano

Me ha caído en mi sopa fría una noticia sobre el ébola. Comerse una sopa fría en verano es como tomarla caliente en invierno. Para ambas cosas hace falta no ser pobre energético, o no ser pobre, a secas. Los que mueren de ébola lo son, y mucho. Y los que llegan a la frontera sur de Europa también, pero como dice la viñeta que acabo de leer sólo son pobres y eso no es contagioso. Lo verdaderamente contagioso es la actitud de mi gato, que puede caerle al lado una bomba H  y no se inmuta ¿seré responsable de su temperamento?  ¿Recuerdan cuando lo peor que nos podía pasar era un invierno nuclear? Ahora tenemos amenazas múltiples. El miedo, como la comida en el verano fermenta con el calor. Te acuestas a dormir la siesta y se te aferran los demonios a esos costurones que brotan en la cara para regocijo del que te tropieza:

-Te acabas de levantar ¿eh?

El ébola viene de África, los pobres llegan de África. Gibraltar es Sierra Morena. O Andorra. O las dos. Pero el contrabando es consecuencia de la falta de formas de ganarse la vida, y eso no es por virus, es más bien por incompetencia política, y lo de Andorra casi también. Lo de Andorra -lo dice Paco muy serio mientras engulle una caña- es ansia viva, y eso no tiene perdón de Dios. El perdón de Dios llegó en vida a Pajares, que me recordó aquella alegoría del Padre Damián, que pereció en Molokai con los leprosos. Ay, los agravios comparativos. No puedo menos que sentir su pérdida, como la de todos los que andan por el mundo anónimamente jugándose el físico para que esta vida sea mejor. Y luego están las cuestiones técnicas, sólo aptas para epidemiólogos, y por eso sólo lo siento y se me abren las carnes al ver llegar a los que llegan cada día, que nos cuestan ¿más o menos que la deuda de un club de fútbol? Tampoco soy contable, ni vaticanista. Sólo soy una mujer con nevera, con un congelador lleno de hielo en una zona del mundo donde hace bastante menos calor que en Liberia. Liberia y Sierra Leona, monumentos a la esclavitud, a la pobreza, a la segregación. Tienen ahora mismo algunos fabricantes de textos-soflama un arsenal casi inagotable. Inoculando el miedo al sur, al negro, al pobre. Mandemos refuerzos, que no se nos acerquen. Parece que escucho a alguien diciéndome lo de siempre:

-Llévatelos a tu casa...

Yo siempre le contesto que están mejor en la suya, que no tendrían por qué huir, que algo hemos tenido que ver, tan desarrollados y lustrosos los europeos. Y me manda al cuerno, así, en seco, mientras me bebo una tónica muy fría, como si fuera millonaria.

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