viernes, 5 de junio de 2015

No callar

Que no se vean las manos esposadas, las manos guiando la cabeza del delincuente dentro del coche policial. Que no se vean los pobres en la calle, hacen feo, desentonan.
Que no se vean niños en los comedores escolares, mejor los cerramos. Imaginen que sacan en máxima audiencia una mesa llena de niños hambrientos o un pasillo lleno de enfermos o una calle con una cola que termina en la oficina  del paro. 
Que no se vea nada de esto.
Es como el hombre que pide en a puerta del súper, el químico que pone cañas con tapa, el hombre honrado y católico que ha quebrantado al menos dos de los mandamientos y que acaba esposado, qué horror: existe, pero que no se vea.
Si se ve, si se pita, si se sabe, lo mismo nos cegamos como vampiros de tercera ante el resplandor del espejo. Mejor unas tinieblas de ultramar, un ruido de sables que no son más que cuchillos chuleteros, una exhibición de nostalgias y cegueras cavernarias que acaban en agua de borrajas, para rechufla y entretenimiento, veradero biombo que se pone para que pase por detrás de él el que cubre su retirada. Que si tortilla, que si reservado. Que si son más o menos auténticos, que si aún hay excusas para no agruparnos todos. Los nervios me pueden en este punto. No hay un momento del día en el que alguien no calle por no quedar mal, no hable por si es sancionado, no escriba pensando en si le caerá bien al jefe. Ni periodismo ni vida social, ni opinión ni editorial: estar a la altura de las circunstancias o caer en desgracia, esa es la cuestión.
Pero como yo no tengo jefe (busco jefe, señores) digo que amordazados, no, que timoratos tampoco, que mejor libres e iguales. Y vivas, añado, recordando a las mujeres que ya no van a temer nada, porque todo el miedo que pasaron acabó muy malamente. Habrá quien dirá que callando se salva el pellejo; esto sirve también para alumnos sin nada especial o alumnos con gafas, con sobrepeso, con buenas y malas notas que son objeto de las atenciones de los pequeños déspotas que habitan aulas y pasillos, después empresas. O gobiernos, vaya usted a saber. Con comparsas que callan y asienten con un principio inamovible: que nada se vea, que no se sepa nada. Que crezcan y se multipliquen y pueblen la tierra de más gente callada y obediente, gente que bale al compás más o menos marcial de la tonadilla, más que nada para que puedan reconocerse entre ellos y pongan en dique seco a los disidentes, por no callar.

2 comentarios:

  1. Tan hondo ha calado el no mires, no hables, no escuches que incluso la buena gente que te rodea, buscando protegerte de castigos reales o imaginarios, de la marginación o del señalamiento de locura, te aconsejan buenamente que calles. Y uno sabe que lo dicen por proecupación, buenamente, que en otras circunstancias... Pero en estas circunstancias debemos mirar y hablar, y casi casi que tienes que pedirles disculpas por hacerlo. Y, terriblemente, tienen su razón en sus argumentos. El miedo corroe hasta a la buena gente, hasta que ni sabemos qué es ser buena gente. Corta la altura de las circunstancias.
    Que no calles, estimada Angélica.

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  2. Una despedida equivale a un silencio, y por tanto el silencio es en sí una despedida.
    Nos hemos despedido tantas veces estos años... Nos despedimos del estado de bienestar, de la universalización de la Sanidad, de las becas comedor y de las becas en general, de las Libertades de expresión, de huelga, de manifestación...
    Nos hemos despedido tanto que el silencio es atronador.
    Van ganando las despedidas, con cada nuevo trabajo precario y cada voto cautivo.
    Van ganando los silencios, con cada ley mordaza, con cada telediario y con cada mitin con banderitas.
    Pero hace falta gritar fuerte para evitar el olvido.
    Eooooo!!!! ¿Hay alguien ahí?

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