domingo, 19 de julio de 2015

Hipocresías

Veo con horror las declaraciones del alcalde de Villares del Saz. (Pongamos que este alcalde es un hombre pacífico, pongamos que de verdad está arrepentido, pongamos que si lo está dimite él solo, sin presiones, pongamos que si no, lo cesan fulminantemente, pongamos que reflexionará sobre lo chusco de sus expresión y lo que destila, pongamos que de ahora en adelante cambiará de actitud -verbal- hacia las mujeres, pongamos...)
Este hombre llama a una dirigente socialista "puta barata podemita". A mí lo de podemita (que también hay quien me lo dice) me da risa porque me suena a tribu bíblica, vaya usted a saber por qué. Quizá por un mapa muy chuli que tenía el cura en la casa parroquial.

Lo de puta barata ya es otro cantar. Me viene a la mente esa frase que adorna la portada del Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares: "de la idea a la palabra; de la palabra a la idea". La violencia de género es la consumación y el fruto de una escalada que se genera en la violencia verbal, en la educación que fomenta la desigualdad. La tibieza con el tráfico de mujeres se basa la cosificación, que es ese mecanismo que permite -también- a un hombre convertirse en asesino de masas.  La asiduidad del término "puta", la coloquialidad  -el alfa y el omega de la vulgaridad, dice la canción de Joaquín Reyes- y los registros familiares hacen que se use con soltura: esto es lo que es. 
Es violencia. 
Es misoginia. 
Lo que se entiende por "putas baratas" tiene que ver inequívocamente con la esclavitud sexual, con esas mujeres que se cuecen en el asfalto, semidesnudas en la cuneta de las carreteras, vigiladas día y noche, violadas multitud de veces por hombres que llevan una vida convencional llena de reglas no escritas, entre las que destaca que pueden pagar por una mujer, como si fuera un objeto. Porque ella siempre quiere.
Quizá no nos urge un pacto nacional contra la violencia porque tanto las muertes por violencia de género como los sucesos relacionados con este mercado humano se han vuelto invisibles: a menudo salta la noticia in articulo mortis. Oh, qué desgracia. Los asimilamos como los accidentes de tráfico en las carreteras, cuyos discos de velocidad, como las marcas viales por las que pasamos cien veces al día se van volviendo invisibles: no nos interesan lo bastante, porque si no, debería haberse formado una revolución. Ellas, esas putas baratas invocadas en el chascarrillo, son como esa pintura que acaba desapareciendo por el desgaste. 

Cuando las veo intento quedarme con sus caras. Están a lo sumo dos semanas en el mismo sitio. 

Supongo que se las llevarán a otras carreteras, donde otros hombres pagarán por usarlas, sin importarles que ellas no quieren esa vida, ni pueden escapar de la deuda ficticia que las encadena.

Le diría al cliente que tiene que hacérselo mirar, porque no ha advertido que ellas no disfrutan con esa manera de jugarse el físico, exponiéndose a que cualquier psicópata doméstico las mate o las torture. No, no son universitarias aburridas. No se van porque no pueden, no escapan porque la telaraña es fuerte. Porque hay hombres que son asiduos, y sin clientes, no hay trata.  No son una experiencia iniciática, ni una fuente de inspiración para algún borracho trasnochador, son personas heridas por los que las ultrajan y por los que las invisibilizan. 
Y además son parte de una industria descomunal.
Piensen: la banalización es un mecanismo fuerte para desactivar una idea. Tal vez utilizar mucho la palabra puta lo sea. Tal vez hayamos llegado al extremo de normalizar que chicas -con padres que las quieren, con familias que las buscan- sean carnaza para tiburones. 

Vamos a ver a qué punto llega la hipocresía en este caso. Hagan apuestas. Yo voto por "es buen vecino". A ver.

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