jueves, 3 de septiembre de 2015

Cosas

Como  soberanos que somos hemos decidido no compartir nada: ni cielo, ni agua, ni suelo. Tenemos una vanidad sin limites y le ponemos límites al aire y al mar. Espacios que pertenecen y se guardan. Con armas carísimas. Dentro de esos espacios -tierra, mar y aire- se desarrollan nuestras vidas, llenas de cosas. Esas cosas son más o menos valiosas, las protegemos, nos protegemos. Que nadie ponga los pies en mi casa, en mi cielo, en mi mar.  
No hay tanto mar para tanto muerto, ni cielo para tanto sueño. Las nubes circulan por los cielos estimulando la imaginación, guiando a los viajeros en viajes con final abrupto, o sin fin, que de todo hay.  ¿Qué hacen cuando alguien a quien esperan no llega? Imaginen que su hijo sale y ya no vuelve. Removerían ese cielo y esa tierra. Pero ay del que quiera venir a compartirlo. Para él habrá un lugar donde confinarle, una valla, una alambrada, un traficante. 
Por cada bomba que ha fabricado el mundo libre, por cada partida de armamento que le hemos vendido a los pobres, hemos fabricado unos metros de espino con cuchillas, para contener a los que huyen. Para que no se queden con nuestras cosas, fíjese, que en ese suelo junto a los raíles hay jornaleros y profesores de los que aprenderíamos mucho, y que muy posiblemente tuvieron más que yo en ese lugar que ya no está. Defendemos nuestros bienes como si valieran la pena, como si ellos los desearan siquiera. La pena es que nos aferraremos a las cosas, a nuestra mala conciencia y miramos al cielo consternados. Dice el presidente que por Navidad nos llevará a las urnas. Quiere que le regalemos cosas: un salario, confianza, poder para hacer presupuestos para comprar armas, poder para legislar para poner más alambradas, más muros, más tarjetas... 
Si las noticias horrendas con o sin foto no nos hacen pensar con claridad, nos merecemos estar al otro lado de las vías del tren, donde la gente se agolpa para llegar a Europa, que es como ser un mitológico que periódicamente se agita de la misma forma. Todos los que provocaron los terremotos tuvieron a su lado a millones de personas aterrorizadas que pensaron que no habría bastantes cosas para todos. Esos hombres no tienen hijos, o no los quieren como esos padres que huyen de las bombas. O son unos psicópatas, que también puede ser. Nos han hecho creer que estábamos seguros en una tierra cercada con porteros inflexibles que fueron muy útiles para protegernos del exterior. La seguridad era, por lo visto, no llegar a ver la foto, aún cuando haya miles, millones de esas fotos. La seguridad era tener tanto como podamos acumular, no escuchar lo que viene de lejos, hablando esas lenguas que no subtitulan en los informativos. Será que no nos interesa lo que tienen que decir. Tal vez en el fondo hay quien sólo quiere que se vayan, para que nuestras cosas, esas cosas que ningún muerto se lleva al otro mundo se acumulen más y más. No hemos pasado de la edad de "es mío"... para que digan que Europa es vieja. Está en la edad de los pañales. Pañales de niño muerto, esos pañales.

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