jueves, 10 de septiembre de 2015

Días con trampa

Mañana es 11 de septiembre, y con el día, las efemérides.

Un 11 de septiembre me alegré de no tener hijos, luego me di cuenta de que ellos, que son mi vida, conocerían muchos más radicales que aquellos que chocaron contra las Torres Gemelas, que no se extirpó el mal con la represión, que al estar más vigilada no estaba más segura. Que las guerras se alimentaron en favor de o en contra de, que los de siempre se forraron vendiendo primero las balas y después la protección contra las balas. 

Otro 11 de septiembre fue el de Allende. Allende es de mi familia, he crecido con sus gafas y sus discursos. La enseñanza de aquel día la sintetizó Naomi Klein: el shock. La de gente que tomó café, comulgó y se fue de paseo con Pinochet. La gente que fue paseada por no comulgar, la de gente buena que no volvió nunca más a tomar café. Digo yo, que algún día todos pisaremos las calles nuevamente.

Antes que Allende, un día 11 de septiembre, los nazis empezaron a exterminar judíos en Bielorrusia. Y siguieron y siguieron. Eran una amenaza. El ser humano a veces se siente con capacidad para odiar pero no tiene  instinto suicida en el momento previo a causar un holocausto. Fallos evolutivos, supongo.

Mañana, 11 de septiembre, se espera-desea una catarsis que palpitará en los pechos de los que creen en la bandera, la nación, la independencia de Cataluña. Es obvio que la patria no pertenece solamente a los partidarios de la  independencia. Incluso hay quien no cree en la patria, pero no en la catalana, en ninguna. Yo misma, natural de Barcelona.

O sea:
Un mundo armado, ardiendo por los cuatro costados. 
El miedo, aplicado sin pudor.
El mal, justificado por aliados cobardes, anidando en mentes inteligentes.
Ciutat morta, encara...

Hay días que caen en el calendario cargaditos de veneno. 

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