domingo, 22 de febrero de 2015

Golowin

Al acariciar la portada, me preguntaba: ¿qué es Golowin? 
Golowin es la razón por la que se queman las naves, aún sabiendo que nadie lo comprenderá, pero este es un reto a la altura de la determinación de María. El mundo de María, una mujer de la alta sociedad, está irremediablemente devastado, pero lejos de aceptar la derrota, emprenderá un viaje desesperado  junto a sus hijos para sobrevivir a la adversidad que la asedia. En su camino se cruza Golowin,  un  hombre arrollador que hará que sus convicciones se tambaleen. 

La descripción del viaje, la imágenes poderosas, casi cinematográficas, hacen de esta lectura una experiencia que deja al lector entregado al autor. 
Un libro para soñar, para ponerle caras a los personajes (¿podía haber sido él Maximilian Schell?). Un libro para indagar en las propias razones hasta ahí donde duele...

jueves, 19 de febrero de 2015

Agua bendita

Dame perlitas que quiero morir. Morir de Hepatits C, porque soy de las del agua bendita a la fuerza, que ahorcan a los suicidas, que perdieron la casa porque andaban como otros celebrando con un volquete de púas. De púas, sí, señores, que yo he ido a la pública y ahí las personas no se meten en volquetes. En camiones se mete a los inmigrantes, como carga que sobra y se descarga donde el rey nuestro amigo ese que viaja a Suiza. A Suiza va mucha gente. Yo tengo una amiga en Suiza que lo ve todo de color azul. Su vida es azul como mi gato, un azul amable y cálido, no como el de la división azul, que fue a salvar no sé qué y se encontró con la nieve. La nieve a niveles bíblicos. Hablemos del frío pues, dijeron en los informativos y sacaron a un hombre del tiempo aterido porque así es más creíble, casi le matan por una ocurrencia, nada que ver con lo de Gilead, que no es una ocurrencia, es economía de mercado, oferta y demanda y agua bendita. Que corra el agua bendita, que corra sobre los Romanones que tienen de su parte  a la parte contratante de la primera parte. ¿Recuerdan la primera parte de cuando los discos duros? La segunda parte es más dura aún: se han volado con el aire, el aire a justicia, que traía unas notas de angostura para algunos cuellos blancos. Que las reformas (púas, volquetes) se hicieron en negro pero que aquí nadie sabía nada, en el país del mando intermedio. Pues nada, que todo se resolverá si cuando salgan de declarar el juez mantiene la imputación. Yo con Tomás, con Susana, con Gabilondo, con Pedro, con todo ser viviente. Y con Ricardo Costa que también ha aparecido impecable en la prensa por un asunto menor, una infografía sobre la trama Gürtel, naderías comparado con lo que hará Monedero cuando llegue al poder. Tengo conocidos que están valorando vender su piso de Torrevieja por si llega la colectivización. Y eso que hay internet. Imaginen lo que hubiera sido el austericidio con la ciudadanía desconectada. Qué vastísimo #trincaliner. No se pondría en él el sol, como si lo viera. Y aún así...

viernes, 13 de febrero de 2015

A la deriva (experimento)

La muerte que esperas no es la muerte, es un flujo de energía atomizada. La muerte es, sin duda, amiga, eso que me pasa ahora que no siento, ni huelo, ni duermo. Ese sentirse solo entre la gente, ese no poder disfrutar de los sabores. La muerte esta que yo invoco no es muerte, es muerte aplazada, adelantada, adivinada: es la tristeza que me lleva hasta el fondo de las aguas más frías que probaste. No eran aguas, eran aires, aires que te despeinaban, y como estaba muerto, ya no sentí placer al ver el alboroto de tu cabello. Ese aire se llevó tu voz y mi alma, revoloteando contra las hojas del árbol que iban y venían hasta la casa. La casa que ya no está, porque están muertos todos los que la habitaron un día, renacerá cuando renazcan los colores, los olores, los sabores. Renacerá y yo estaré vivo de nuevo, y beberemos un buen vino, y seremos confidentes de aquellas tardes de grisura y abandono cuando estabas muerto y yo también lo estaba, y nos mirábamos a lo lejos, perdidos en el naufragio, esperando que las olas nos llevaran otra vez  hasta la playa...

jueves, 5 de febrero de 2015

Asedio

Tenemos cierto aire medieval últimamente. Dando alas a la historia antigua, echando mano de todos los monstruos que están al borde de nuestra tierra conocida, plana y circular, radial para que llegue a todas partes el mensaje... ¿No se enteraron? Hace frío ¿Cuánto? Como para matar a un reportero. Pocas veces he sentido miedo por un hombre del tiempo, diciendo de viva voz que se congelaba, pero era necesario para darle verosimilitud  a esta ola de frío ¿les han dicho que hace frío hasta preocuparles? Si esto no les ha distraído lo bastante tenemos emociones fuertes. En Grecia el gobierno electo se ha permitido dar una lección de rebeldía. Sí se puede. Y se puede, al hilo de lo que electoralmente viene, sacar a un señor en las tele local diciendo con cara de susto "que vienen los comunistas"... el hombre y sus miedos, cultivados y abonados durante tanto tiempo. Este hombre, imaginen, no tiene edad de haber vivido más que democracia, pero si enciende la tele, escuchará como yo las quinielas "¿Cuánto puede aguantar Grecia sin ir a la bancarrota?" Un experto dice que un mes, otro se sonríe con condescendencia y sentencia que dos semanas. La cosa es que están contemplando como se asfixia un pueblo que ha querido ser soberano. Falta ese hombre que paseaba para decir " eso les pasa por votar a esos". ¿Hace frío en Grecia? Seguramente en algunas casas más que en otras, como aquí. Aquí también hay asedio, pero sacamos fuerza para firmar pactos contra el terrorismo ¿es que no está usted en contra? Por supuesto. En contra de cualquiera. Del patriarcal también, si es que con esta nueva definición cabe dentro del tipo. Filigranas jurídicas a mí, dirá algún señor bebiendo coñac del bueno.
Ah, los asedios. Ya les digo que lo veo todo bastante medieval. Esperar que se agote el enemigo, que ceda, que se inmole. Esperar en la colina que cese el fuego dentro de las murallas, que alguien traiga noticias de la extinción o del doblegamiento, como si fuera una historia, un comic, un juego. Grecia o una mujer amenazada, un obrero con un ere, o alguien que no tiene nada. El asedio consiste en cercar nuestros pensamientos para que los metamos dentro de un perímetro. Si salen de ese lugar, no podremos garantizar su seguridad. No quieran ser ustedes como Leónidas, al fin y al cabo, la caridad no está tan mal. 

martes, 3 de febrero de 2015

Gorriones

Bracea de forma imperceptible, es casi una mancha a los lejos, pero distingo cómo agita las manos hacia el cielo. Mientras lo hace, miles de gorriones han formado una manta sobre su trigo recién sembrado ¿Han visto alguna vez una nube de gorriones? Evolucionan tan rápido y con tal destreza que parecen en verdad uno de esos bancos de peces oceánicos, plateados, idénticos, esos que nos ponen en los documentales de sobremesa. Bracea el hombre porque sabe que la glotonería del gorrión es legendaria, y no dejará ni un brote verde, ni una semilla, y beberá agua de cualquier charco, a sus pies, si hace falta, mojándose y sacudiendo las plumas, haciendo un quiebro acrobático a la altura de sus cejas, prominentes de pura ira. Gesticula contrariado, pone unas cintas que vuelan desde lo alto de las cañas como las mangas de viento de una pista de aterrizaje. Nada. Vuelven a llegar desde lejos. Antes eran como una saeta, pero al caer al suelo son un círculo ¿Habrá miles, mamá? Pues no sé, hijo. Muchos... Muchísimos, diría yo. Negrea el suelo y el hombre, sin ganas de luchar, se sienta en una piedra a contemplarlos. Emprenden varias veces el vuelo, pasan rasantes, caracolean, se expanden a la tierra del vecino, colonizan un pino, bajan, suben...
Dicen que hay frío polar pero los gorriones han encontrado un rayo de sol sobre el que jugar, y como quizá sea el último del día están apurándolo ante el gesto ya resignado del hombre, que sabe que están, como niños pequeños, jugando solamente. Contará después que no pone un cañón porque le da pena, porque a un amigo suyo le malogró una mano, porque no cree que se acaben los pájaros así. No se atreve a decir que qué sería del campo sin pájaros, sin esas nubes que revolotean los sembrados, sin esas garzas que andan detrás de los surcos abiertos, comiendo de las entrañas la vida que queda al descubierto... Pasa un vecino y da al claxon varias veces para que salgan otra vez hacia el cielo. Hace frío, sí. Llevamos casi una hora mirándolos cómo se contonean sin hacer nada para evitarlo. No ha nacido un hombre capaz de amaestrar un gorrión. Se vuelven locos, nos decían, no los metáis en jaulas. Es mejor verlos saltar en la ventana, seguros tras el cristal, riéndose de nuestra cara de asombro cuando levantamos los ojos y están ahí mismo, tan cerca que pudieran picarnos la comida del plato, si no tuviésemos algo por medio...