lunes, 30 de marzo de 2015

Nos masacran

Nos masacran, dice María José. Nos masacran, pero la sociedad se ha acostumbrado. 
Como cuando se espera que por el puente en accidentes de carretera acaben muertas, digamos, veinte personas. Accidentes como sinónimos de lotería. Te ha tocado y basta, no le busques más explicación, es una desgracia.
Los asesinatos machistas tienen explicación, como los accidentes de tráfico, pero de momento es un mal aceptado. Habrá pico de asesinatos como habrá pico de calor prontamente. Y llegará el otoño y hablaremos de otra cosa. 
Tres asesinatos hoy y uno frustrado, o sea, cuatro en diferentes grados. Imaginen que cuatro hombres tuvieran un sentimiento común y las víctimas no fueran sus parejas o exparejas, que todo coincidiera en un día. Daría miedo, daría para que todos los anteriormente vaticanistas, después ingenieros aeronáuticos y más tarde psiquiatras se convirtieran en criminalistas. Huestes de tertulianos y columnistas ocasionales, expertos traídos de la Conchinchina para iluminarnos. El autor, el imitador, ya saben, toda esa literatura que casi nada tiene que ver con la realidad de las ciencias forenses.
Las tres mujeres muertas no pararán el congreso, no darán alas a ningún ministro para que decida endurecer nada, no habrá partida extraordinaria, ni efectivos desplazados, ni siquiera una dosis de la vulgar leña al mono, que a ratos parece que se va a poner otra vez de moda. Digamos que el maltratador encuentra material para alimentarse en las teles, comprensión social y nadie le respira en el cogote. Al machista se le engorda con la impunidad y con el adelgazamiento de los medios de prevención, de seguridad, educativos, asistenciales. Pero sólo son tres mujeres. Cualquier otro colectivo habría puesto en pie al país. Que alguien le tosa a nuestros futbolistas, a nuestros clérigos, a nuestros banqueros... 
En Águilas han detenido a un energúmeno que arengaba en sus tuits a los que decidieran maltratar a las mujeres. Hay quien le favoriteó y quien le retuiteó, hay quien debiera estar siendo investigado, por si acaso le parece buena idea convertirse en asesino.
Deseando ver al ministro del Interior, al de Justicia, al presidente declarar su consternación. Las caras van a ser proporcionalmente largas a la estimación de sus encuestas. Estamos en hora de pedir y prometer.
Lo de tomar medidas, ya tal.
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Al amanecer del día siguiente son cinco las víctimas, no tres. Se me acaban las palabras.

viernes, 27 de marzo de 2015

Encore

Se ha quedado la tarde melancólica. Después de una mañana con perfume de abejas, parecía que la luz regalaba una tregua ante todas las oscuridades leídas, vistas y escuchadas en las últimas horas. El cese de Cintora, el peso del BOE, el triunfo de las Belenes Esteban de las teles hoy ha sido contrarrestado por un sol brillante y unas nubes que se deshilachaban mientras unos niños gritaban obscenidades debajo de mi ventana. No a mí, conste. Entre ellos. Están midiendo sus cuernas y emplean expresiones que prontamente serán clasificadas "S" por las autoridades educativas. Las tardes y los meses, las primaveras y los cofrades se rinden al ciclo de días y días que pasan consumiendo el poco lustre de estas vidas pequeñas que no tenemos en un altar como debiéramos. Lo digo mientras unas vecinas a pleno pulmón en la calle hablan del desgarro de las madres que han ido a los Alpes. Un guardia les dice "¡tírale!" para indicarles que pasen la carretera y ellas van, diligentes a pasos cortos, supervivientes de al menos una posguerra comparando la vida que era y que es básicamente lo mismo. La vida es perder a todas horas, dice una de ellas a la vuelta de su paseo : perder vista, agilidad, independencia. Le cambia la voz y chilla un poquito: ha venido a verla un nieto y se apresura a cogerse de su mano. La mano de la abuelísima con el niño que empieza a andar es un resumen de por qué nos empecinamos en sobrevivir  y en estar en paz. Aunque haya días más o menos oscuros, aunque  nos hagamos psiquiatras por horas o nos demos cuenta de que seguimos necesitando aprender mucho, muchísimo para ser dignos de guiar a los que vienen, el regalo de la vida se vuelve azul otro día detrás de la sierra, azul y naranja recortado por las palmeras, igual a otros cientos de ocasos que preceden a la claridad, y así encore, encore...

martes, 24 de marzo de 2015

Correr...

Yo he corrido así. Contra el tiempo. Cuando el tiempo de ella ya había pasado, pero el aire aún contenía algo suyo. He corrido por la calle a medio vestir, con cara de estar ida, sin nadie que me detuviera, para llegar al mismo sitio que todos los que llegaron después, también a tiempo.
He visto correr a los familiares en el aeropuerto. No lo he elegido. Me han puesto su carrera desesperada y a la par, la carrera del señor de la cámara que quería tener el mejor encuadre de su cara desencajada. Qué gran foto, qué buena imagen.
He visto que en El País se permiten el lujo de llamar fotogalería a enseñar con naturalidad ese momento horrendo, cuando la vida te arrolla y no estabas preparado. Nunca lo estás y esas fotos a las familias les seguirán doliendo, pero son geniales estas fotos, qué demonios... ¡Seamos los primeros!, dirá algún iluminado, ¡pon esa también!
Esa foto que nada aporta, salvo alimentar la hiena que llevamos dentro, se deviene indeleble en los que la sufren y sufrirán cada día mientras vivan. 
Qué buen trabajo, pasar eso a la web, para que todos podamos verlo.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Los galones

Aprender del error es el primer paso de una solución. En el caso de Zaida Cantera, la Comandante Zaida Cantera, hubo, por parte de los mandos militares y por utilizar una expresión de Irene Lozano, de UPyD, empatía con el acosador, esto es innegable. El ministro Morenés se ha ofendido. A él no le deben haber acosado nunca. A mí, sí. Y le puse coto, claro, y que fue leve, también. Y allí donde se halle mi acosador, le deseo una buena ración de tormentos medievales. Pero supongo que muchas mujeres que me lean también lo habrán sido en mucha mayor medida que yo, y puede ser que hayan desarrollado estrés postraumático, que hayan perdido trabajo y amistades o todas las respuestas anteriores. La víctima, señores, es la única importante en un caso semejante. Apoyarla es capital. En este caso los fallos en la aplicación del procedimiento, del sistema que permite una cuota de poder a una persona que es delincuente sentenciado propicia el abuso. Y Zaida Cantera es comandante ¿y la tropa? Los galones, los galones... Hay que estar hecho de algo que desconozco para plantarte en un tribunal y acudir a la desmemoria, o simplemente dar por supuesto que la víctima miente. Los galones. Y sigo pensando y me voy al asunto de Nevenka en Ponferrada, en el pasteleo de esa alcaldía, en las muy dudosas decisiones de algunos políticos que -opinión personal- nunca más debieran estar en la cosa pública. El acoso es algo que se tapa dentro y fuera de la vida militar.

Siento mucho lo de la comandante, parece una persona valiosa, creía en esa vida que eligió. Y siento mucho que tengamos este ministro. Hoy ha perdido la oportunidad de demostrar que el ejército no es tan rancio como nos han contado padres, hermanos y compañeros. También ha perdido la oportunidad de parecer humano, en esta época en la que todo es abrazar ancianos y niños con la cosa del voto. Y como soy muy cebolleta, también me acuerdo de Trillo, que con un asunto como el del Yak 42 ha terminado embajador en London. A Morenés le va a ir bien cuando salga del gobierno, presumiblemente. A la comandante también. Porque se acaba de ganar una medalla con distintivo rojo. Esa se la ponemos entre todos, por el valor demostrado en acto de servicio. Los delitos sexuales, esos que se invocan siempre cuando se quiere navegar hacia la cadena perpetua también incluyen los delitos de acoso. En el ejército americano cifran en 70 (2013) las agresiones diarias. Les recomiendo que vean "La guerra invisible" sobre este particular.
En EEUU no se ha conseguido que haya un camino judicial diferente para los soldados al de la cadena de mando. Mientras tanto, los galones ¿quién los lleva? Quizá ese sea gran parte del problema.

lunes, 9 de marzo de 2015

Luisa

Luisa ve con estupor un programa sobre maltrato. Ella no se siente maltratada. Ninguneada a ratos, aburrida mucho tiempo. Sola por las tardes. Por las mañanas. Por las noches. Las noches de Luisa son largas, muy largas, y quisiera agarrarse a algo con todas sus fuerzas. Navegar por los sueños es como perderse en un océano, y a veces no se ve la costa. Quizá se compre un cojín con forma de brazo que ha visto en internet, para poder trincar algo en los momentos de máxima angustia, quizá le de a las pastillas, tentada está, que el médico se las da y las toma todo el mundo. La angustia de Luisa parte de la soledad. La soledad es tan grande, tan inabarcable, que no hay donde refugiarse de ella. Probó a leer, pero no. Probó a salir de compras, pero era muy caro. Probó incluso a quedarse en la terraza del bar haciendo como que leía, escuchando conversaciones ajenas... Luisa sabe que si tarda mucho en llegar a casa no le dará tiempo a nada. Y va a todas partes andando deprisa para no llegar tarde a la cocina donde le espera la tarea.

-¿Y cuántos son en su casa?
-Ocho.

Luisa ve la cara de estupefacción del médico, que le receta las pastillas y la despide con un aire de compasión. Ocho y sola, piensa el médico. Ocho y sola, piensa Luisa.

Luisa ha recogido la mesa, fregado los platos. Se ha duchado después de planchar. Se ha acostado en la cama y ha notado la falta de un almohadón donde asirse ahora que va a caer al vacío. Son estas malditas pastillas, se dice, mintiéndose a media voz...

-¿Decías?
-Nada, sigue durmiendo...
-Tú estás rara...

Luisa no está rara, ni siquiera está triste. Está sola mientras esquiva a la gente que se quedó con el aire que le falta a bocanadas, con los colores que quitaron de su ropa. Vive en el silencio que se ha impuesto, porque mientras habla con ella misma tiene siempre razón y no la interrumpe nadie, y la almohada cervical le devuelve la caricia en el cuello que necesita descansar sobre alguien palpitante y vivo. Luisa sabe que estuvo viva, lo recuerda vagamente. Esboza una sonrisa al ver las caras de sus familiares que la observan con extrañeza y especulan sobre por qué se tomó la justicia narcótica por su mano, dejándolos a todos quietos, en un estado en el que por fin no iban a necesitarla más. El médico está desolado porque tuvo que haber advertido que estaba furiosa y la misma Luisa le consuela diciéndole que no se preocupe, que estaba a costumbrada a que a nadie le interesara lo que estaba pensando...

lunes, 2 de marzo de 2015

Ya ves tú...

¿Y este viento, pa qué? Lo dice el hombre desde la zanja. El hombre de colilla en el labio, que aún los hay, mirando las ramas del ficus que se mueve poco a poco. Pa qué dice, y se rasca la coronilla y sigue. Y el viento no es fuerte ni débil, es un viento que columpia las ramas y poco más, pero que viene cuajado de pólenes y olores.  Tal vez lo que dice el operario es  por qué había de recordar esa cosa tremenda que conoció un día de brisa y sol. O no, simplemente el polvo con el viento se le va a los ojos.  Invento al obrero que refunfuña mientras paso a su lado. Ya ves tú... ahora viento... Creo que no le gusta el viento, como a tanta gente, creo que no quiere recordar algo, eso es,  que el aire le ha traído algo a la cabeza. Es el viento o  la rama o el pájaro, o la avispa, o el polvo en los ojos.
Inventar al que hay en aquella ventana, que tampoco duerme y pasea arriba y abajo del pasillo, calcular cuándo volverá a asomarse a la calle, buscando el viento, el olor, el sonido de algo que no está. Salir al balcón espiando el amor de los gatos, el llanto de una criatura, una televisión que se quedó encendida. Inventar y ser inventado cada día de forma cotidiana, juzgar a un recién llegado por cómo huele su ropa, por cómo nos ladra su perro. Fabular y componer, matizar, velar, recomponer...
Ya ves tú... ahora el de la máquina, dice a voces el hombre ya sin colilla, sin prisa, sin nervio. Está apoyado en una valla en la que una señal indica que no se puede aparcar, y se va refunfuñando con una chaqueta en la mano. Juraría que le está diciendo al compañero algo intrascendente mientras mira hacia atrás porque sin darme cuenta, llevo cinco minutos inventándole. Vuelve la cabeza como diciendo ya ves tú esa... no tendrá nada que hacer...