jueves, 28 de abril de 2016

Ex votos

No sé por dónde empezar, aunque una imagen lo resume todo: una piedra que sujeta la persiana de una puerta cerrada a cal y canto, para muchos días, para ya no abrirse nunca. 
Quizá un sonido te ilustre: esa persiana, cayendo a plomo sobre el portal de cemento, donde con un vaso se habían dibujado círculos que eran pompas del mar lejano, globos que volaban, ojos vacíos.
El aire: muy caliente, seco como para matar a las bestias, remolineando en el pelo de las mujeres, sujeto debajo de pañuelos atados en pico, bajo la barbilla, con la mano haciendo de visera y los ojos cerrados para evitar que el polvo que se levanta del suelo las cegara .
Otro sonido es el sshhhh que viene de la alameda. Una alameda que en realidad sólo tiene plataneras cuyos troncos están ahí desde siempre, cuyas hojas alfombran el suelo si nadie las limpia. Árboles viejos, como las losas que forman la subida del santuario donde los exvotos quedan olvidados para el horror y la curiosidad, alfombrando el habitáculo siniestro donde la imagen, con expresión extática, libera sus bendiciones para que floten y el que llegue las coja. Alguna vez me pareció ver una especie de fragancia de color azul, con notas de cristales ácidos entrando por la narices mocosas del peregrino que se postra llorando de desesperación en el suelo. 
Contribuya al donativo. Para velas. Para misas. Para un manto nuevo.
La devoción se inspira, se exhala. Esos suspiros macerados en aguamiel se fríen con aceite caliente y salen flores de Santa Rosa. Santa Rosa es milagrosa y sabe que cuando los suspiros son consistentes han de convertirse en prodigio, para que la fe sea dulce y el peregrino, crédulo. 
No sé por dónde empezar, pero esta tarde llevo esta manecilla de cera a la santa para que sane si puede el mal que se reparte sin piedad en otros dedos. Me he tapado la cabeza, he asegurado la puerta, he salido a la calle a coger el camino plagado de polvo que trae una música de batanes a lo lejos. El río está vivo y las anguilas colean en las trampas. Su sangre aún palpita en el cuerpo y me llama. La vida húmeda de la ribera y el fango me quiere quitar de la senda. La manecilla de cera se derrite en la mía, y golpea seca la persiana, el cuchillo contra la tabla, rueda la cabeza del pez, sale la sangre a borbotones...

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