miércoles, 28 de septiembre de 2016

A casa (y 2)

María madrugaba para salir a la calle. Valoraba el silencio de la gente que la rodeaba, siguiendo sus propias rutas. Pasaba horas enteras sin hablar con nadie, escuchando a la gente conversar en los cafés, en las colas del mercado. Conocía sus pequeñas historias cotidianas y sabía hasta los  nombres de pila de muchas de aquellas personas. Mentalmente las saludaba “Buenos días, señora Rosa”, “buenos días, señora Juana”. La señora Juana tenía “un marido flojo, era de natural asín”, que la tenía hecha un pincel la casa, pero que no se levantaba hasta por lo menos las diez y media, eso sí,  cantando por alegrías. Y ponía el pucherito, y se bajaba a tomar su cafelito, que esta vida perra está hecha de obligaciones. Juana remendaba trajes de pobretón y uniformes de la milicia mientras él, Arfonzo, le sacaba una sonrisa cuando quería, que era salado y dicharachero, y algo gastoso, pero más bueno... La señora Juana no tuvo hijos, la señora Rosa, sí, dos que parecían uno y medio, famélicos y color beis como los abrigos de los mafiosos. Tosían las criaturillas y tenían las cabecitas llenas de unos eccemas blanquecinos, síntoma de la vida miserable que la prole de doña Rosa llevaba en un sótano sin ventanas donde habitaban hijos y padres como champiñones en un silo. “Huelen a hongo”, decía por lo bajo la señora Juana, más limpia que una patena, cuando le pasaban por el lado los chiquillos, con aquellas muñecas huesudas y aquellos pelillos de rata. Dentro de los estratos de la miseria de  la gran ciudad, doña Rosa y los suyos eran casi el último escalón del centro. María se surtía de humanidad en aquel hormiguero bullicioso, sin recibir ni pronunciar una palabra, nada más que lo justo. Era una soledad relativa y muy reconfortante, pues no tenía nada que ver con el estado de control al que estaba sometida en el pueblo. La gente de la ciudad la ignoraba completamente y de este modo cuando iba y venía al pueblo nadie lo advertía. Quizá Gelu, la panadera, que reconocía al que huye desde lejos. Gelu tiene un exmarido que es un malnacido y la asedia, y María no lo sabe, pero Gelu está pendiente de ella por si tiene algún problema. La ve muy sola y muy triste... así, sin conocerla de nada.

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