miércoles, 24 de febrero de 2016

Viaje

Viajo por un mundo transitorio, donde la ventana que no se abre da luz y aire, donde la que se abre no deja pasar más que ruido. La ventana del ordenador me lleva a mundos que están de paso. El mundo de los afectados de la talidomida, que sólo le interesa a ellos y a los que tienen entrañas, el autobús del Langui, que es uno de esos que tarda siempre en pasar, el perro guía que llega por primera vez a una casa, la habitación que se vacía bruscamente...
La gran ola de Kanagawa preside mi estudio, está ahí mirándome desde la cresta; parece que de su espuma saldrá una mano que me elevará para que pueda ver el Fuji antes de morir ahogada. A veces el miedo está escondido en un papel que contiene un teléfono o en un mar que parece trascender de la superficie donde se encuentra. La ola con sus barcas, sus nubes y sus nieves me dicen que me fije a ver si hay otra ventana detrás de la ventana. La abro y no escucho más que un ruido de un motor. En el cielo una estela que me dice que hay otro mundo flotante al que van personas que dejaron atrás la barca y bracearon por el mar empapándose de ese azul prusia que tanto le gustaba a un profesor que tuve de dibujo. La mirada compasiva de aquel hombre al verme manejar con torpeza la tinta china es lo más parecido a ese gesto de pasar la mano por la cabeza de un perro para consolarle por obligarle a ladrar solo. Mi profesor se recreaba al decir azul prusia, bermellón, magenta. La vida en sus clases eran gamas de colores ordenadas sin incomodar, sin desentonar, sin sorprender. La ausencia y la suma del color, el blanco y el negro, las barcas de pesca que pintó aquel muchacho que nadie sabía cómo se llamaba, la luz que lo llenaba todo a través de los cristales que siempre estaban sucios. 
En ocasiones lo transitorio nos arrolla sin que podamos evitarlo: los amigos que ya no vemos, los trenes que nunca más pasan. Como si la ola nos escupiera en la arena tras vapulearnos. Desde esa perspectiva que da saberse náufrago no cabe la solemnidad. Sólo queda ver cómo podemos escapar de la próxima ola, asombrarnos de su perfil magnífico y escuchar el mar que trae la espuma, la nieve y los otros náufragos que están, sin duda, tan perdidos como nosotros. Asustados, sedientos...

jueves, 18 de febrero de 2016

La llave


«Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,

porque yo no era comunista." 

Niemöller


¿Lo recuerdan? 
Pueden estar tranquilos, les explico cómo. Sólo hay que seguir unas pequeñas normas.
No hay que afiliarse a partidos pequeños, ni militar en causas perdidas. La simpatía hacia los pobres ha de acotarse al remordimiento y la piedad. La acción social y política es correosa y termina siempre en una batalla campal. Si usted quiere ser misionero o cooperante, vacúnese: es por todos sabido que puede viajar a ultramar a la cosa de salvar almas y cuerpos, que es un negociado que no quiebra, aunque también puede hacerse de un grupo solvente de gente gris, que es más descansado y seguro, y más aún ahora que nos invaden social y gastronómicamente los bárbaros que llegan desde fuera de las fronteras de nuestro imperio. 
No hay que confraternizar con gente extranjera. No demasiado. Vienen a codiciar nuestros coches de diez años y nuestros pisos VPO de lujo. Y nuestras mujeres. Nuestras, da igual que ponga mujer o botijo. La pena sí está permitida. Si quiere permanecer sin antecedentes no se puede una enrolar con cualquier romántico enseñando a leer o dando inyecciones fuera de los edificios oficiales. Píenselo, qué más le da: su zona de confort está para exprimirla, y el que no la tiene, algo habrá hecho. Porque creemos en Dios, en la policía y en el karma, y a veces los juntamos los tres y nos sale una navaja suiza que se llama "algo habrá hecho". El algo habrá hecho se piensa mucho y se dice poco, porque es más educado y parece hasta empático. La coherencia, para esos que se encadenan en las centrales nucleares. A esos los ponía yo a  vivir con velas. Jijí jajá jujú. También es legítimo compadecer a las mujeres que están haciendo la calle , pero sin perder el sentido del humor para reírse de algún chiste picarón y de carretera secundaria. Eso le pasa a otras. A mí, no. 
A mí no.
Y luego está la gente que se moviliza a todas horas en su casa y en la calle, que firma y retuitea. Qué cansado debe ser estar todo el día así. Ojo que te la juegas, ojo que te fichan. Ojo que lo mismo te toman entre ojos, o te creas mala fama. A ver si vas a ser de esas que se quedan en porretas en la plaza, delante de los chiquillos. Que una cosa es ver a un mendigo vivir en un cajero y otra muy distinta, una chica que se manifiesta sin sostén por la igualdad y esas cosas. La igualdad... van a inventar la pólvora ahora. Ética y estética. La miseria tiende a  la invisibilidad, por eso la llevamos tan bien, pero unos pechos...
Y en una iglesia menos. Hay pecados y pecados capitales.  Incluso hay pecados de los que claman venganza a Dios (Homicidio voluntario, pecado impuro contra el orden de la naturaleza, opresión del pobre y -este me encanta- defraudación o retención injusta del jornal al trabajador). Según un asesor que tengo en el tema, Maestre pecó de ira y Osoro la ha perdonado, pero parece que hemos de asumir que ha de haber una capilla para rezar en la universidad. A mí no me daba tiempo a nada cuando andaba entre libros y ahora que lo pienso capilla universitaria suena a lo mismo que capellán castrense. Pero a mí, señores, resumiendo, no me vendrán a buscar, porque reverencio el poder en cualquiera de sus formas.  O sí.  Pueden un día venir a por mí como en el poema y entonces veré que no era la protesta lo peor, sino que hubiera una llave maestra que abría todas las cajas y cerraba todas las celdas.  Y yo, sin saberlo, les regalaba una cada día.

jueves, 11 de febrero de 2016

Abejas

Está el poniente amarillo y seco. Seca la piel y las hierbas que me atacan desde el aire con gránulos de polen volador. Cuanto más seco el poniente, más dulce es el aire, eso lo sabe cualquier asmático declarado, de esos que toman el aire con ansia y gastan chepa a fuerza de proteger los pulmones con costillas de resonancia metálica. El cuerpo a veces es un corsé que chirría y agobia, y no deja paso al aire que llega hasta uno, transportando de paso a una abeja que va tomando tierra, exhausta y peludilla en cualquier acera de la calle. 
Dicen que si pones una cuchara con agua y azúcar a su alcance, al cabo de un rato se obra el milagro y la abeja vuela poco a poco, como un planeador antiguo, buscando la inflorescencia de los romeros que están reventones y orgullosos, a merced de todos los aires.
Dicen también que apenas hay miel, que nos extinguiremos sin abejas, y me giro con cargo de conciencia a ver la abeja que acaba de aterrizar en el asfalto. ¿Y si voy a por el almíbar? Estoy lejos de casa, no me viene bien ahora.
Entonces, la sorpresa: un perrazo de ojos marrones se acerca tanto a ella que parece que la va a engullir y el vaho de su narizota da aire a las alas del insecto, que empieza a  moverse poco a poco. Tal vez eso sea un aliento de vida. La abeja sale volando y el can la mira hasta que se pierde, dueña de los cielos revueltos, casi primaverales, cálidos, golosos.
Está el poniente que seca la piel, la cuartea. Cosas de asmático. 
Si yo estuviera por un camino cualquiera, empujada por un viento furioso, si yo terminara flotando en el mar con un chaleco, esta piel que me cubre malamente, este aire que apenas me llega... Me ahogo. No quiero pensar en eso. Elijo y pienso en la abeja. 
Si yo fuera abeja y me cayera agotada a un suelo que no conozco, si estuviera a punto de morir sola y sin que un humano me diera una gota de agua de vida, tal vez pasara un perro que me mirase con cariño y me empujara a seguir. Tal vez un mundo de perros sería un mundo feliz, sin abejas en los caminos, sin náufragos, sin gente que mira a otro lado o piensa en otra cosa. Tal vez no haga falta que se extingan las abejas para que desaparezcamos. Tal vez desaparezcamos por nuestros propios medios. 
Tal vez la abeja y el perro conversen, desolados, sobre esta especie destructiva, errónea y se digan que es cuestión de tiempo que la tierra se cobre el tributo por todas las fechorías cometidas. Si fuera abeja o perro huiría de algunos hombres, o de todos. 

Tal vez en mi próxima reencarnación, si mejoro mucho, sea abeja.

jueves, 4 de febrero de 2016

Nombres

Hay nombres que tiene una historia que te desgarra. Como el de María Salmerón. 
Su exmarido la torturó con malos tratos psíquicos, físicos y sexuales. Fue condenado.
Su hija, de ahora 15 años, no quiere cumplir el régimen de visitas que la obliga a estar con su padre en contra de su voluntad. 7 meses le han caído a María, que, llevada por el interés de la menor, se ha negado a dejar a su hija con semejante delincuente. Ahora debe ingresar en prisión, y su nombre nos llega entre toda la basura reinante, entre toda la inacción de los de arriba, entre todo este salpicón judicial en el que se ha convertido la actualidad nacional.
Pónganse en su pellejo. Háganlo un instante y piensen de qué es capaz un hombre que actúa así.
Háganlo y díganme que se puede ser un maltratador y ser buen padre ¿para enseñar qué?
Puede enseñar a la hija a sentir miedo. 
Puede enseñarla a sentirse culpable.
Puede enseñarla a odiar a la mitad de la humanidad.
Puede enseñarla a aceptar la violencia como algo cotidiano.
...
Quizá nos hemos olvidado de otro nombre: Andrea. Tenía siete años ¡siete! y su padre la mató un día en el régimen de visitas. Su madre, Ángela, siempre se opuso a que fuera sin supervisión, pero nadie le hizo caso. Pleiteó y la ONU, a través del CEDAW, condenó a España a indemnizarla por no haberla sabido proteger. Una idemnización por la vida de una hija, malditos sean los inútiles que no irán a la cárcel por esto.
Fue en 2003, y en 2016, señoras y señores, seguimos igual, diciendo cuando ocurre un asesinato machista que si bebía, que si estaba trastornado, enamorado de más o era aficionado al cante. La abundancia de excusas suele dar idea de la magnitud de la mentira. Como cuando dicen a María Salmerón que su hija ha de ver a su padre porque porque porque, y que ella tiene que ingresar en prisión porque porque porque. 
El nombre de María Salmerón lo tengo ahora entre las cejas junto con del de todos esos hijos a los que nadie pudo proteger del padre que era mal padre, mala pareja y sobre todo, mala persona. 

Los frutos amargos del patriarcado no son inevitables, porque este sistema se puede y ha de desmontarse, por nuestra propia supervivencia y por la felicidad de nuestros hijos. Hoy es María, pero ya hubo otras madres y otros hijos. Seguimos en esta dinámica que parece una maldición nacional: pediremos la cabeza del reo, el cepo, la picota, pero esperaremos que haya un reo, porque el tiempo, la logística  y el esfuerzo de la prevención, de la educación en igualdad, es siempre secundario, hasta que llega el titular y entonces en primera sale alguien diciendo que ha muerto una mujer mientras caía sobre un cuchillo. Nosotras a llorar, y los vecinos, con cara de pasmo y en bata, declararán que era un tío la mar de normal. 

Evitémoslo. 
Ahora.