Sólo un párrafo para decirte
que salió otra vez el sol, querida mía. Que salió y tú, tan lejos, tan ausente
de mis emociones, andarás bañándote con él
mientras caminas por la ciudad. Te imagino en una ciudad bulliciosa, caminando
apenas rozando el suelo con los pies, pasos cortos, acompasados, rítmicos,
eléctricos como los del gorrión que bebe en aquella fuente que también imagino,
querida mía.
Salió el sol, mira cómo hace
que entornes los ojos y pongas tu mano tapando tu frente, apenas marcada aún,
risueña, juvenil… dan ganas de cogerte la mano para correr a guarecerse bajo
uno de esos toldos de rayas que pueblan el barrio comercial de esa ciudad en la que te encuentras, en la que la gente
viste con distinción y lee aún la prensa en papel, y la lleva bajo el brazo
como una especie de complemento que dice cómo
percibe el mundo, que ahora es dorado de sol y azul de cielo. ¿Tomas un
café? Sí, también tomas un café en mi boceto. Rasgas apenas el azucarillo,
apenas lo viertes, apenas lo remueves. Apenas rozas la taza con los labios,
como besándola, dejando caer al descuido una gota que resbala por ella hasta el
platillo, donde queda perdida, como esos granillos de dulce que tomas con la
yema del dedo, para después chupártela, como haciendo una travesura, al
descuido, para mi sorpresa y tu alegría.
Querida mía: te imagino siendo
generosa con el camarero que te sonríe cuando te alejas, pensando que eres
preciosa, preciosa, preciosa. El camarero te ve dar un saltito en la acera para
no pisar a un perrillo que olfatea un rastro invisible que está justamente bajo
tus piececillos blancos, bajo esa humanidad tuya, fragante, distante y rotunda que ha pasado a
ser un aroma prendido en el mediodía parisino, vienés, que se torna activo súbitamente
con el paso de una nube que viene, diligente como la racha de viento que la
empuja a turbar el cálido paseo que empieza a ser desfile elástico de gentes
ocupadas entre las que te camuflas, querida mía, amada mía, y entre las que ya
no te distingo.
Por qué desaparecerás ahora precisamente.
Quédate un poco. Si desapareces
me vuelvo solo a donde me hallo, sentado, confinado, enmohecido. Unos kilos de
hombre triste en una prisión europea, donde los que me rodean parlotean en
jergas que no entiendo, ruidosos y ajenos a mi, un pobre hombre que estaba
distraído y atropelló a un niño que quería coger un perrillo. Quedaron tendidos
y sólo sé que pensé en llamarte pero tú me habías dicho que no lo hiciera, así que no
llamé a nadie, porque ya no había a nadie a quien llamar.
Y ya sólo fuimos el niño distraído, el hombre ausente,
el aire amable de la tarde. La madre hierática y sola.
-¡Roldán, patio!
Me despido, querida mía. Voy a
caminar en busca de esa nube que miraste esta mañana, de ese pájaro que voló acrobático
y atrevido sobre tu cabello dorado, mientras me volvía invisible entre otras
gentes.
Un sentido escrito hecho poema...
ResponderEliminar<8>
EliminarHermoso escrito
ResponderEliminarGracias, profesor. Abrazos ;-)
Eliminar