domingo, 21 de mayo de 2017

Grilletes

Mientras digiero el último rechazo editorial me recomiendan la última obra de una mujer que no conocía hasta la fecha, un libro de cubiertas carnosas y portada exuberante. Parece que desde mi escritorio huele a fruta madura viendo esa foto de páginas ligeramente tostadas. He decidido que ese libro huele a vainilla y sabe mango. Otro correo que me llega me recomienda un clásico reeditado. La traducción es magnífica, me cuentan. Lo creo y lo apunto.  Mi lista de deseos crece. La lista sabe a ceniza y a tierra, y está doblada en cuatro partes, para tapar los títulos que desfilan militarmente hacia el final del folio.
No compraré ninguno de ellos.
(Tengo compañeros de lecturas. Me regalan, me prestan, me enlazan. Son generosos. Cuando lo hacen me dan el beso de la vida, esa bocanada de aire que abre las vías del que se asfixia. Ellos lo saben y yo también. Les miraría con ojos de Bambi si les tuviera delante,  y lo hago ante sus avatares. Gracias por las lecturas, les digo, como en una oración. Gracias por alimentarme.)
Los libros son la llave de todos los grilletes. No son caros, pero yo soy pobre. Lo pongo por escrito para que conste. Ahora que he asumido esta contrariedad puedo descargar mi ira contra alguien. Puedo elegir gremio: Médico de terminales. Estibador. Maestro de primaria. Etólogo. Profesor de filosofía, de acústica, de estética, de física cuántica.  Dibujante de comics, cantante lírico … ¡Actor de teatro! Cualquiera de ellos vive #comodios y me invitan desde los púlpitos del opinar a que me ofenda su prosperidad adquirida en bregas en las que no estuve presente ni en cuerpo ni en espíritu. Pero a diario son señalados, como si hubieran entrado de noche y me hubieran robado la solvencia que nunca tuve. Quien los señala sabe por qué lo hace, ensemillando de sospecha el ecosistema de los iguales. Otra cosa es saberse el igual de otro, sentirse igual, querer ser igual a otro. Complicados los procesos en los que entra en juego la fe, sobre todo si es en algo tan terreno como la naturaleza humana.  Aún así, creo firmemente en ella, en parte de ella, al menos, y le debo a los hijos propios y a los ajenos la resiliencia –que no resignación- suficiente para  limpiar bien mis gafas de leer y ver con nitidez que la bandera del enemigo la enarbola el que quiere que las grandes bibliotecas sean lugares secretos, que las luces que nos alumbraron a los hijos de los obreros (uy, qué carca es esta mujer, por Dior, obrero, por Dior, me desorino) se extingan a favor de lugares diseñados para que sólo accedan a ellos unos pocos cogollitos que ahora mismo están repitiendo que la estiba, que los puertos, que el progreso, que la riqueza. La comedia de esta economía feroz nos aplasta empezando por la cabeza, diciéndonos que ella no ha sido, que ha sido tu compañero, ese que parece boyante y que sólo es normal en un charco de pobres. El sistema apela a eso tan español como la envidia para desviar tu mirilla mientras el verdadero objetivo escapa con agilidad gimnástica adquirida en décadas de entrenamiento en los mejores colegios. Y tú, naturalmente, sigues siendo pobre. Lo que se dice una jugada redonda.


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