martes, 17 de abril de 2018

Eliseo


Eliseo Serrano ha apagado el cigarro con prisa contra el mantel, pensando que lo hacía en un cenicero. Es lo que tiene andar a oscuras a las tantas, para no ser visto por alguien que siempre está acechando, donde menos te lo esperas. La noche está llena de ojos y orejas; esa lección la aprendió muy pronto, cuando una vecina le vio cortar unas flores de un parterre para su novia de entonces,  hecho que fue calificado de gamberrada y descrito con detalle  a la policía por un vecino que vivía a dos casas del jardín en cuestión. El vecino fumaba tabaco de cuarterón y se paseaba por la calle en camiseta imperio y pantalones de tergal, porque él era muy español y viril,  y recorría las aceras con pose de vigilante, repartiendo desasosiego entre los que se le cruzaban sin mirarle a la cara, coronada por unas gafas opacas y gruesas. Siempre hay alguien que lo ve todo, reflexiona Eliseo, lamentándose por el mantel, que al ser sintético, ha cedido al calor dibujando un círculo perfecto. Mañana comprobará el nuevo agujero, trasunto de su propio corazón, poroso y quemado, traspasado por las penas que intentaba ocultar apagando la luz, cualquier luz, cuando la vecina de enfrente salía al balcón, a espantar sus demonios mayormente, y fijaba su mirada en  dirección a su casa, obligándole a apagar todo lo que pudiera dar una pista de lo que ocurría dentro de su piso. Lo que Eliseo no sabía es que su vecina no veía apenas de lejos y que sólo miraba hacia allí para evitar mirar en dirección a una farola que había en la dirección contraria.  La vecina, hace ya bastante tiempo, se mudó ilusionada con la idea de la farola cercana, porque así, pensó ella, podría leer toda la noche. Pero la noche duró más de una lectura, y la farola se volvió peligrosamente luminosa, y comenzó a evitarla, a ella y a los bichos que acudían a ella, topando obstinadamente contra el cristal, llenando la noche de pequeños golpecillos que eran como esa gota del grifo que se resiste a morir. Estos detalles no eran conocidos por el hombre, que cuando se tropezaba con la vecina, evitaba mirarla a los ojos, pensando que ella atesoraba grandes dosis de información sobre su vida personal. Pensaba Eliseo que desde el balcón del edificio de la vecina, en lo sucesivo, Susana,  se veía con nitidez la pila de revistas del corazón sobre la mesa, las colillas en el cenicero, la indumentaria espartana, el gotelé de las paredes, la cristalería de su madre, con aquellas copitas de anís que nunca había usado nadie, vecinas de un marinerito con las manos sobre el pecho, amarillento en el recordatorio de un día ya perdido.  Eliseo temía que Susana le hubiera construido como un soltero en calzoncillos, que fuma viendo las casas de la aristocracia, sin una pizca de glamour, sin más compañía que un pez convenientemente alimentado que va y viene en una pecera esférica ambientada con unas algas y unos corales de plástico. Tampoco había profundizado mucho en sus miedos Eliseo, porque el cómo le veía la vecina era un misterio fácil de resolver, puesto que ambos estaban a la misma distancia y él, desde su atalaya, sólo acertaba a saber que a lo lejos vivía una mujer que tampoco dormía, sin poder dar ningún dato más, porque aunque la conocía de vista, no había nada en ella que fuera digno de mención o facilitase pistas sobre su vida cotidiana, pero él, sin saber por qué, tenía la certeza de que Susana, en el caso de que le encontrasen momificado tras quedarse pajarito, podría aportar datos que harían que el rubor subiera a la cara de su hermana Tere, a la que no veía desde hacía casi un año y que le tenía por un pobre hombre, porque a pesar de que reconocía en él a un hombre inteligente, nunca había disculpado su mala suerte, que para ella era una absoluta falta de carácter, que era arrojada a la cara de Eliseo, eso sí, a la menor ocasión. Lo que le faltaba a la pobre Tere, escuchar en las teles que su hermano era un triste al que la vida sólo le dejaba  recibir el amor de un pez que ni siquiera podía retenerlo en su memoria; también es mala suerte, diría Tere, que te hagas una momia y nadie se dé cuenta, y nadie te eche de menos, y sólo te acompañe un pescado podrido, flotando en ese horror de pecera. Tere hubiera puesto un buzo en el fondo de la pecera, y otro par de peces compatibles, para que unos fueran y el otro volviera nadando en una coreografía sin  fin. Tere tiraría sin dudar las copas de anís y la foto de comunión de su hijo, que se hizo punki y después cooperante, y que ya no ha vuelto más que un par  de veces a casa para terminar discutiendo con su padre, que sueña aún a día de hoy con que el niño se haga policía municipal. Eliseo enrojece al pensar en el enrojecimiento de Tere, en su sobrino y cuñado, y en el pobre pez al que llama Nemo, porque le parece nombre de pez, como  Toby lo es de perro. Mientras Eliseo se ve momificado en mitad del pasillo con la bata de levantarse de la cama, Nemo hace burbujitas ajeno a todo, lo que Eliseo interpreta como un síntoma de conformidad con la vida. Eso sí es vida, se dice. Qué coño. Envidia al pez.
Eliseo tiene un ordenador pequeño, un portátil que se peta, según el hijo de la panadera, su hacker oficial, un chico de apenas quince años, que le recuerda que fue joven una vez, que arrancó flores, que invitó a una chica a la noria, una chica que se mareaba y le cogía del brazo mientras él miraba sus rodillas redondas, esa chica que se casó con un amigo suyo que terminó político; ya se veía que tenía mucho futuro, eso decían sus tías cuando le encontraban en los eventos familiares, que encontraron natural que no le eligiesen a él como pretendiente: Eliseo, hijo, que eres muy soso y ganas poco de pasante, en cambio a este chico se le ve otra ambición, que eso es lo que quiere una mujer con planes de futuro.
Eliseo, aunque se oculta por pura comodidad, quisiera ser visible de vez en cuando,  pero se da cuenta de su error después de buscarse en google por consejo de su hacker, ya que ni siquiera aparece. Lo que Eliseo no sabe es que es lógico, porque no tiene nada a su nombre, ni multas de tráfico, ni un negocio que publicitar. Su perfil de facebook tiene pocos amigos, ¿realmente será tan soso como le decían sus primas?... Pero es que a él no se le da bien salir de vacaciones, ni hacerse fotos con cafés con leche, ni dedicar canciones de amor. Ni siquiera siente grandes filiaciones políticas, es uno de esos hombres trágicamente equidistantes entre los dos extremos de la nada. A él sólo le gusta leer cosas curiosas que cuelga la gente sobre otros lugares del mundo, leer el periódico un poco y curiosear en la misma proporción. Nada de filiaciones, nada de compromisos. Le resulta entretenido ver la evolución de sus conocidos, lo mayores que están sus hijos, los noviazgos eventuales. A veces le llega una solicitud de amistad de una chica coreana o de un militar americano, y se queda un rato pensando hasta que lo rechaza, intentando no sucumbir a la tentación de aceptar que alguien que no le conoce hurgue en su vida, aunque su vida, en buen criterio, no tenía mucho que ofrecer comparada con otras vidas más lustrosas. Impugna la solicitud de los desconocidos y espera la aceptación de sus conocidos, que a fuerza de tardar no llega. Qué paradojas tiene esta vida. La gente que es amiga de facebook apenas habla con él en persona. La gente que no acepta sus solicitudes  le habla sin empacho alguno cuando se lo encuentra, obviando el asunto, desatando manantiales de vergüenza en el hombre, que agradece al menos esta forma de amistad que antes era la única y que ahora se ha vuelto incompleta sin un refuerzo público a base de aprobaciones y exaltaciones.
Susana no entiende qué motiva al hombre del bloque 20, qué le mueve a ir vagando a oscuras, que se va a partir el alma. A veces sabe que está porque de lejos se ve el parpadeo azul cobalto del monitor, que se pierde de momento, cuando el hombre eclipsa con su cuerpo errante la luz que destella, rítmica e indiferente. Le ve desde lejos leyendo, durmiendo. Qué vida  más rara tiene este hombre, se dice ella, que está apostada con unos prismáticos que ha comprado en internet para cazar de noche, o eso decía en la web, que le prometía una visión nítida a más de 50 metros en la más absoluta oscuridad. Si  la oscuridad de una mente pesimista se pudiera desentrañar con unas lentes, no habría hombres como Eliseo, se dice Susana, mientras intenta dar calidad a su visión y descubrir, de una tacada, un agujero enorme en el mantel de hule. Qué triste, un hule con un agujero, se dice Susana.  Y el Hola.
Este hombre es un chollo se mire por donde se mire.

(Continuará)



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